Nacendo, lactando, criando – Relato de parto no Día Internacional da Muller

Hoxe celébrase un día especial e reivindicativo. Tal día como hoxe, 8 de marzo Día Internacional da Muller, as familias que compoñen Rede Cría queremos outorgar sustento á voz de todas as mulleres e manifestamos a loita por un parto, un nacemento e unha crianza respectadas.

É por iso, que una das nosas miembras, Tama, quixo alzar a voz e visibilizarnos a problemática da violencia obstétrica, das dificultades na lactación e a escasa información coa que aínda hoxe contan moitas mulleres e, para iso, brindounos o agasallo de compartir connosco a vivencia do seu embarazo, o seu parto e os primeiros meses co seu bebé. Porque para cambiar o mundo é preciso cambiar a forma de nacer.

Grazas por compartilo connosco e brindarnos a oportunidade de coñecer a túa historia, unha historia moi habitual para moitas mulleres e que debe empezar a cambiarse entre elas mesmas, as familias, a contorna e, sobre todo, os profesionais médicos.

Primero quiero pedir perdón, porque no soy escritora, ni me acerco a ello, así que seguramente resultaré pesada o aburrida en algunos momentos. Hago esto por varios motivos para mí importantes que espero poder cumplir. Así que allá voy.

Empiezo:

Después de 12 años con mi mozo, nos animamos a dar el paso de ser padres. Desde fuera, como le pasa a la gran mayoría, teníamos una idea de lo que podría suponer este cambio y teníamos en nuestra mente unos “principios básicos” que queríamos/debíamos cumplir.

Llegó el día del “positivo” y con miedo, pero muy contentos nos pusimos en marcha para prepararnos para lo que nos venía. Por suerte fue un embarazo muy bueno, sin complicación alguna, muy llevadero.

Decidimos que daríamos a luz en un hospital privado, uno de los motivos era que en nuestra época coincidía el cambio del Hospital Xeral-Cíes al Hospital Álvaro Cunqueiro aquí en Vigo, teníamos miedo a que coincidiera mal y vernos perjudicados.

El seguimiento de todo el embarazo lo hicimos a través del hospital privado. Mi ginecóloga nos daba confianza, aunque tenía cosas que no nos convencía del todo. Un día le pregunté qué libro sobre embarazo y parto me podía comprar para informarme y su contestación fue: “no hace falta, ya te informamos nosotros”. Eso no me gustó, pero tampoco le di demasiada importancia en aquel momento.

Aun así, me compré un libro, “Qué esperar cuando estás esperando”. Estuve el final del embarazo “pegada” a ese libro, leyendo síntomas, cambios en el cuerpo por meses, cambios del bebé por meses, etc., nada demasiado importante, pero para mí, en aquel momento, era mucha información y muy valiosa.

Creo que en la semana 28 fue cuando empecé las clases preparto. La matrona que las impartía era una señora que a día de hoy está jubilada. Era una matrona que tenía, a mi criterio, dos partes. Una parte en la que era muy técnica y explicaba cómo era el embarazo y el parto de forma clara y concreta, lo cual agradecí porque en mi libro no decía nada de todo eso. Y, su otra parte, que era en la que decía cosas como que “sí, a los bebés se les baña y se les viste nada más nacer, para que queden bien limpios. No les pasa nada, porque eso no dura más de 10 minutos”. Yo pensaba y me decía a mí misma “claro, si lo pasa mal, son sólo 10 minutos, pero no puedo dejarlo sucio, tienen que bañarlo”. Al final de mi embarazo, esta matrona coge una baja con lo que la sustituye otra, quién era muy diferente. No era tan técnica y prácticamente se pasaba la clase hablando del amor del bebé a la madre y de la madre al bebé, de que la lactancia era lo más bonito y que lo demás no era importante.

Yo no podía entender cómo dos personas que eran las especialistas en esto, fueran tan diferentes para una misma función y además un centro privado que se supone que deben seguir los mismos criterios. Había momentos que quería que en el parto me tocase una de ellas y otros momentos quería que me tocase la otra.

Llega el 25 de noviembre. Luna llena. Rompo aguas a las 2.00 am. Aviso a Papi. Vemos que el líquido tiene buen color, asique con la calma que creíamos tener, nos duchamos y nos acercamos al hospital. Vivimos a 3 minutos de él andando, en ese sentido estábamos muy tranquilos. Mientras íbamos, hablábamos de quién de las dos matronas estaría, si es que estaba alguna de ellas y no, ninguna de ellas. Llegamos y estaba un hombre, muy grandote por cierto (que me impresionó mucho y reconozco que no me gustó la idea de que fuese un hombre). Me hizo un tacto, me dijo que aún no había “empezado”, que me llevarían a la habitación para que descansara, que por la mañana a las 9 desayunaría y que después me bajarían a partos de nuevo. Así fue, durante la noche notaba ligeras contracciones y resultó que cuando llegamos a partos y me vieron, ya había borrado el cuello del útero. Este chico, era muy, muy agradable. Hacía el acompañamiento al parto de 10. Era perfecto para nosotros y me arrepiento un montón de haber pensado que prefería una mujer. A las 12:00 me vuelven a ver y estaba de 7 cm, con mucho dolor. Hasta ese momento conseguía llevar el dolor bien, pero a partir de ahí, no podía y tenía miedo, asique pedí la epidural. Hacia el mediodía llegó mi gine y muy a nuestro pesar se marchaba “nuestro chico”, entró en la sala de dilatación dónde estábamos, para decirnos que tocaba el cambio de turno y que él se iba, que venía otra matrona en su lugar. Nos dio mucha pena y la verdad, fue un bajón de ánimos para nosotros, para mí, que se fuese. Al rato llegó esa nueva matrona, una señora mayor, mi memoria tiene algunos recuerdos concretos de ella, pero no de las primeras visitas que nos hizo. No recuerdo cómo fue mi primera impresión de ella cuando la vi.

Hacia las 17:30 h. llega la gine, la matrona y una enfermera o auxiliar. Me ven y me dicen que ya casi estoy, que en poco tiempo me llevan a la sala de partos. En este momento, la nueva matrona le dice a Papi que vaya a la habitación donde dejamos nuestras cosas y baje la ropa del bebé. Me quedo sola con ellas. Mi gine me dice que pruebe a empujar, lo hago varias veces y la matrona se dirige a mí diciendo “pero tú fuiste a clases de preparto?”, le respondo que sí. Mientras sigo empujando, me dice “y con quién?, te dijeron cómo empujar?”, todo esto en tono de “lo estás haciendo fatal”.

Por fin llega Papi de nuevo, me quedo más tranquila. No recuerdo mucho del resto de momentos hasta que entramos en la sala de partos. Allí, la gine, me da ánimos, me tranquiliza y me dice que en nada ya voy a tener al bebé conmigo. A partir de este momento todo es confuso y borroso. Como notaba las contracciones aun teniendo la epidural, sabía cuándo podía empujar. Así que así lo hice varias veces. La matrona en una de las veces, me dice “así no está sirviendo, deja de levantar la cabeza cuando empujes, que se te escapa la fuerza”, en la siguiente contracción intento hacerle caso, pero inconscientemente al empujar, levanté la cabeza y me dice “ves, así no”. Esto hace que entre en bajón y piense que no soy capaz. Entra otra chica, que estaba mirando todo desde la puerta y se acerca a la gine y le dice “vas a hacer…”, no le entendí, hablan entre ellas y esa chica, se pone al lado mía y me dice que en la próxima contracción me va a ayudar. Me toca la barriga, busca la forma del bebé y cuando aparece la contracción se pone encima de mía con sus brazos y empieza a hacer fuerza (maniobra llamada Kristeller, totalmente desaconsejada). Yo intento empujar al mismo tiempo, ya que eso me dicen que haga justo antes de que apareciera la contracción, pero es tanto el dolor que siento de lo que ella me está haciendo que se me escapa la fuerza y no puedo hacer más gritar. No sirvió, el bebé no salió. Siguiente contracción y mismo procedimiento, tampoco sirvió. La gine me dice “venga, un último intento tú sola y si no voy a tener que ayudarte a que salga”, hago el último intento y no sale. De repente veo que la gine coge unos hierros enormes (fórceps) y buf, no hace falta que busque palabras para describir lo que se me pasa por la cabeza… La gine me dice “tranquila, en la siguiente contracción ya sale y ya lo tienes contigo”. Sí, salió. Me lo colocan encima, al poco tiempo una de las enfermeras dice que tiene no sé qué en la boca, así que se lo llevan al pediatra que acababa de llegar. A unos 3 m de mí tenían preparada una mini cuna para revisarlo y hacerle las pruebas del recién nacido. Lo intentaba ver, pero tenía a tres personas alrededor de él y no era capaz, solo lo escuchaba llorar. Después se acerca la matrona a él y dice que se lo lleva para vestirlo (me viene el pensamiento: como mucho 10 minutos, os acordáis?). La gine le dice a Papi que si quiere puede ir con él, me mira y le digo que sí que claro, que vaya. Me quedo allí mientras me cose. La gine me dice que tengo un desgarro que me llega al ano. Noto con un dolor enorme cada hilo que atraviesa mi piel y tarda, tarda, tarda, tarda, tarda, etc. Cuando por fin termina, me llevan a la sala de dilatación dónde estábamos antes.

Allí estoy un rato sola, no sé si mucho o poco, a mí me pareció muchísimo. Sólo esperaba que apareciese Papi con el peque de una vez. Abren la puerta y llega Papi, solo. Le pregunto y me dice que sigue con la matrona, que él se vino para ver cómo estaba yo. Le digo que bien, pero que vuelva y que lo traiga, que porqué tarda tanto y dice que la matrona le dijo que esperase aquí que ya venía ella con el bebé. Esperamos. Esperamos. Esperamos. Acordaros, sólo 10 minutos. Abren la puerta y aparece ella con el peque.

Me dirijo a la matrona y le digo que si puede echarme una mano, que quiero darle pecho y no sé muy bien cómo hacer. Me dice lo siguiente “no, yo no, eso tienes que hacerlo tú”.

Vuelve para ponerle una pulsera identificativa al peque y le pregunto si me pueden dar algo de comer y beber. Me dice que no, que en un rato ya me suben a nuestra habitación y que allí ya puedo comer y beber. Tenía sobretodo muchísima sed. Por suerte, Papi tenía agua, algo es algo.

La matrona dijo “un rato” que ese rato se convirtió en una hora, porque volvió a coincidir con otro cambio de turno. Llegó otra matrona diferente sin más. Sí, esta vez no hubo despedida, simplemente apareció la nueva, presentándose.

A la nueva matrona le dije que no sabía si tenía al bebé bien colocado para tomar el pecho y me lo cogió, lo puso encima de mí en horizontal, con su boca a la altura del pezón y me dijo “así está mejor”, nada más, ninguna indicación más, ningún comentario más, eso fue todo.

Durante los tres días en el hospital, insistieron varias veces en darnos biberón para el bebé y yo así poder descansar. En este hospital también tienen el “servicio” de Nido, lo cual ofrecían cada dos por tres y así la madre podía descansar. No utilizamos ni una cosa ni la otra. En nuestro caso, eso lo teníamos más que claro, pero la lactancia no estaba siendo tan bien. Tenía dolores y lo que es peor, tenía los pezones con heridas que empezaban a sangrar.

Salí así del hospital. Con mi bebé, con un desgarro enorme con el que apenas podía andar, los pezones con unas heridas que buf y con un caos emocional por todo lo que había pasado, que…

Estaba en casa. Quería estar en casa. En casa todo iba a ser mucho mejor.

El peque fue muy tranquilo los primeros días, sólo despertaba para comer. El problema estaba en que mis pezones en lugar de mejorar, sólo empeoraban. Tenía muchísimo dolor, que se juntaba con el dolor del desgarro.

Fui al hospital en busca de asesoramiento, no tuve respuesta. También fui a mi centro de salud. Allí encontré un taller de lactancia que se hacía los martes por la mañana. No tuve ayuda con mi problema, pero sí un grandísimo apoyo de otras madres que, o habían pasado por una situación similar a la mía, o estaban pasando por ello.

Llegó la primera crisis de lactancia. En aquel momento ni Papi ni yo sabíamos qué eran las crisis, no sabíamos que existían. Ni en mi libro, ni en las clases de preparto se hacía ningún tipo de mención sobre las crisis de lactancia.

En esa primera crisis, los bebés suelen pedir mamar cada 10 minutos. Pues ahora imaginaros, mis pezones con esas heridas que sólo el roce de la ropa o una simple ducha, era una agonía para mí, sumado con el dolor del desgarro, ya que seguía fatal y un bebé reclamando alimento cada 10 minutos. No hacía otra cosa que llorar y llorar. Llorar durante las tomas, llorar antes de las tomas, llorar después de las tomas. Llorar de dolor, llorar de tristeza. Llorar.

Imaxen: donw.hubpages.com

Durante esos días, Papi había hablado con una compañera de su trabajo que ya tenía dos niños y estaba embazada de su tercero. Ella ya le había dado pecho a sus otros dos hijos. Tenía experiencia. Recomendó a Papi que se pusiera en contacto con una matrona que conocía, que era muy buena y nos podía ayudar, además de que prestarle un libro, el libro. “Un regalo para toda la vida”. Ella también nos explicó que los bebés necesitan contacto de mami, que necesitan estar a su lado continuamente y que lo mejor, incluso para una buena lactancia, era que durmiésemos con él. Claro, parece fácil decirlo ahora, pero en aquel momento teníamos un miedo enorme a aplastarlo. Aun así decidimos probar una noche en la que no dejaba de llorar cada vez que lo apoyábamos en la mini cuna que teníamos en nuestra habitación. Sí, estábamos, sin saberlo haciendo colecho. Palabra que no habíamos escuchado en nuestra vida.

Retomando el tema de la lactancia, era domingo, miré a Papi y le dije que o llamábamos ya a la matrona o yo dejaba de intentarlo, que no podía más. Tuvimos la suerte de que esa matrona vino a casa ese mismo día, gratis. También era una señora mayor, igual que el resto de las matronas que nos habían atendido hasta el momento. Vio la lengua del bebé, me vio los pezones, esperó a que el bebé quisiese mamar y me explicó una postura concreta para mamar. La postura natural. Fue colocar al bebé así y, aunque notaba alguna molestia, era capaz de seguir dándole sin dolor, era capaz de casi disfrutar de darle de comer a mi bebé y en lugar de llorar de dolor, me puse a llorar de la emoción que estaba sintiendo en ese momento, del descanso que fue verle y observarle comer, sin pensar en nada más que en él. Por un momento y por primera vez desde que lo había traído al mundo, estaba disfrutando de él. Papi también estaba muy emocionado.

A partir de ese momento y hasta el segundo mes más o menos de vida del peque, tenía altos y bajos en cuanto al dolor/molestias en los pezones. Había tomas mejores y tomas peores, pero a la larga y lentamente iba mejorando todo. Ya me dirigía al peque, ya empezaba a hablarle y ya empezaba a disfrutar de él, de mi hijo.

Quiero destacar también que Papi se tuvo que reincorporar a su trabajo a los 15 días. Se marchaba a las 9:15 y volvía a las 19:45 de lunes a viernes, además de sábados de 9:15 a 14:45.

Uno de los motivos importantes para mí por lo que hago esto, es porque casos como el mío hay muchísimos. Casos en los que los médicos, matronas, en general los hospitales, lo único que hacen es que momentos que deberían de ser los más felices de nuestras vidas, los estropean, los hunden, los destrozan con cada paso que dan y eso debe de cambiar desde el primer momento en que una futura madre sabe que lo va a ser. Que sí, que a día de hoy ya escuché muchas veces la frase “la información está, si no te informas es porque no quieres”. No es cierto, yo quería, nosotros queríamos estar informados, pero no supimos ni qué información debíamos tener, ni dónde podíamos encontrarla y esto debe de cambiar. Mi gran motivación para estar en esta asociación, es justo eso, para poder ir paso a paso haciendo cosas y que familias como la nuestra lleguen a tiempo y puedan evitar situaciones como la mía.

Otro de los motivos por los que hago esto es porque quiero agradecer a muchas personas todo lo que me han ayudado a llegar a dónde estoy (27 meses de lactancia).

Primero GRACIAS a Papi, que, si no fuera por él, hubiera cogido el camino fácil en más de una ocasión y sí, como siempre me decías, me hubiese arrepentido muchísimo.

GRACIAS a mi hermana, a mi madre y a mi padre que, sin ninguna experiencia sobre lactancia, el apoyo que recibí por su parte fue de admirar y para ellos lo más fácil hubiese sido decirme que le diera un biberón, cosa que jamás hicieron. Hermana gracias también por la compañía que me diste durante tooodas las mañanas en aquellos dos primeros meses. Me hacías mucha falta.

GRACIAS a dos viejas amigas R y C y a una no tan vieja D, amigas y madres que, aunque no coincidamos muchas veces en la forma de criar, me ayudasteis, os preocupasteis y me apoyasteis en mi principio con la lactancia, habiendo pasado por cosas parecidas. Tenéis toda mi admiración.

GRACIAS a R por aquel libro, aquellos consejos y por darnos el teléfono de la matrona. No te conocía de nada y a día de hoy no hay semana que no te vea. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.

GRACIAS a A por decirme con tu cara tan expresiva que no, que si tenía dolor era que no iba bien. Que dar de mamar no duele. Aquel encuentro en aquella tienda, fue muy breve, pero muy necesario.

GRACIAS a AC aquella matrona que sólo por el amor a los bebés y a la lactancia vino a visitarnos aquel domingo para salvarnos.

GRACIAS a todas las madres del taller de lactancia que estuvimos en aquella época, a las que siguen, a las que no y a las que aparecieron meses después, además de la matrona que hace que ese taller siga adelante. Gracias por darme el apoyo que necesité, aunque tardé en moverme de mi esquina y hablar con vosotras. Cada semana deseaba que fuera martes para poder ir a junto vuestra y escucharos. GRACIAS.

GRACIAS a ti por leerme. Si eres madre, te recomiendo que hagas lo mismo que yo. No es necesario que lo publiques si no te apetece, sólo escribe, cuenta tu historia, tanto si fue una buena experiencia, como si fue mala. Compártela con tu pareja si la tienes y te apetece, y si no hazlo para ti. Después de un tiempo, vuelve a leerlo y a escucharte a ti misma. Te entenderás y te comprenderás. Te sentirás mejor. Y si eres padre, lo mismo! Hazlo! No pierdes nada!

GRACIAS a mi hijo, por darle la vuelta a mi vida y por hacerme cambiar tanto en tan poco tiempo.

Ahora lo importante sí es importante. GRACIAS.

Tama.

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